Muertes, funerales, y deportes en la Argentina

 
 
 
 

¡Queridxs lectores!

 

Muertes, funerales, biografías póstumas y deportes en la Argentina siglos XX y XXI

 

La invención del panteón deportivo

Si se lo deseara, incluso, no podríamos escaparle a seguir hablando de Maradona. Incluso su muerte está viva y nos fuerza a la discusión, a comprender el mundo, y las relaciones sociales que lo constituyen, en el cual este acusado Dios vino a morir. El juicio por su muerte fue a foja cero tras la recusación de la jueza, quien se prestó a filmar todo el proceso con ella como protagonista del documental.

 

Puede que el de Diego Armando Maradona sea al día de la fecha el último gran funeral celebrado en Argentina. Más aún, en toda nuestra historia no hay muchos ritos que honren al difunto a esa altura, tan cargados de significados, agenciamientos y reinterpretación para la biografía del difunto. No es la única exequias de un deportista donde algo así haya pasado. Pablo Shcaragrodsky Cesar Torres apuntan algunas razones primarias en las que puede rastrearse tal impacto; la cobertura mediática, por un lado, y el motivo de la muerte, por otro. Las figuras elegidas en el primer volumen de Muertes, funerales, biografías póstumas y deportes en la Argentina (siglos XX y XXI): la invención del panteón deportivo comparten la cualidad de haber tenido muertes inesperadas, injustas trágicas. Jorge Newbery, Justo Suárez, Gatica, Gálvez, Bonavena, Monzón y Maradona

 
 
 

De alguna manera –dicen los autores– las muertes y los funerales de estos personajes nos dicen más acerca de quiénes, cómo, cuándo y por qué los narraron, describieron e imaginaron, que sobre los rituales mortuorios en sí mismos (...) los funerales de estos famosos deportistas convirtieron en ‘’descriptores densos’’ que permitieron interrogar ciertos tópicos. Se destacó la definición –nunca acabada– de un tipo ideal de identidad nacional (argentinidad), articulada no siempre de manera armónica con ciertas identidades barriales y con la calle como espacio educativo equívoco, la transmisión de una forma modélica de comprender la masculinidad y la virilidad.

 
 
 

No es menor que la figura invocada desde el título sea la del panteón. No hay sin ellos Nación, ni patria posible. Ya Echeverría en la Ojeada retrospectiva sobre la revolución de Mayo lo señalaba; es menester invocar a esos mártires de la hora heróica para que las nueva generaciones obtengan la fuerza necesaria para terminar la tarea revolucionaria. Estos deportistas en cuestión, con todas las mentadas discusiones que sus muertes traen, son también una apelación necesaria al debate sobre el nosotros, como historia necesaria para una proyección a futuro. El sepelio de Suárez muestra de manera estupenda la puja entre las organizaciones deportivas que habían ideado el espacio cultural y los ‘’muchachones’’ que, junto al hermano del muerto, se abalanzaron sobre el féretro, se lo apropiaron y al grito de ‘’¡Al Luna Park! ¡Al Luna Park!’’ lo cargaron en hombros, lo envolvieron con la bandera argentina y lo llevaron al ‘’templo del boxeo’’. Esta secuencia desordenada y estridente, que recuerda un episodio similar con el cuerpo de Hipólito Yrigoyen apenas cinco años antes, se prolonga en el velorio de Gatica y vuelve a emerger en torno a la capilla ardiente de Maradona cuando, se recordará, un grupo de barras bravas desafiaron al presidente de la nación con la arenga futbolera ‘’la concha de tu madre Alberto, queremos entrar’’. La eficacia de una muerte y su poder social y político reside en el hecho de que el muerto no habla más que por su propia cuenta y todos pueden hablar y actuar en su nombre.

 
 
 
 
 

Todo el panteón nos hace, todos nuestros héroes constituyen a la Argentina que fue, qué es, y que será. Si orbitamos tanto alrededor de la figura de Diego Armando Maradona es porque la actualidad del juicio, la banalidad del poder judicial alrededor de él, la intromisión del pueblo en el patio de las palmeras dentro de la casa de gobierno, nos instan a pensar en la importancia que tiene al día de hoy su muerte como hecho central para pensar la sociedad en todos sus estratos; desde las castas inamovibles del poder relegando su responsabilidad por motivos personales; los dirigentes del ejecutivo y su incapacidad intrínseca para conducir procesos populares; hasta la capacidad de estos últimos de tomar el poder cuando toman la determinación. Todo eso, y más, significa en Argentina que muera un héroe deportivo.

 
 
 
 
 
 
 
 

Osvaldo Soriano, escritor y periodista argentino, escribió en 1975 una crónica llamada “José María Gatica: un odio que conviene no olvidar”, dedicada a Julio Cortázar. "No me dejés solo, hermano", arranca el feroz escrito. Y sigue: "Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. Lo rodeaba una multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a la salida de la cancha de Independiente. Hasta ese día en que la borrachera no le dejó hacer pie en el estribo del ómnibus, había sobrevivido en una villa miseria como tantos otros; algún rasgo lo distinguía: la nariz aplastada, la sonrisa provocadora, un cierto desdén por el futuro. Era uno de esos hombres obligados a soñar con el pasado, porque el suyo estaba teñido de sangre y ovaciones. La última derrota ocurrió el 12 de noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida en una parábola perfecta de humillación".

 
 
 

Gatica nació en Villa Mercedes, San Luis, el 25 de mayo de 1925. La historia cuenta que de chico dejaba su cajón de lustrabotas de lado para subir al ring, jugando. Subía, se agarraba a piñas con los marineros y después se llevaba el premio, las moneditas que los espectadores tiraban al ring. Allí lo descubriría un peluquero de Albania, Lázaro Koczi, que unos años más tarde llevaría a Pascual Pérez al título mundial.

 

En los años 40s, José María Gatica fue campeón argentino amateur en categoría Pluma, campeón latinoamericano en Lima y “Guantes de Oro”. Pero incluso antes de ganar esos torneos ya se había metido en el corazón tormentoso de la popularidad. Fue el 29 de septiembre de 1942, en la Federación Argentina de Box. Gatica ganó por descalificación en el ring, pero en los vestuarios cambiaron el resultado. Se encendió una hoguera. Empezaría una rivalidad inolvidable con Alfredo Prada. Pelearon – porque eran peleas salvajes, crudas, cargadas de odio – seis veces en total. Dos como amateurs, donde ganó una cada uno, y cuatro como profesionales, finalmente con un empate perfecto.

 
 
 

Del origen desde la miseria, a la curva del esplendor y el regreso al punto de partida, Favio pinta a un "Tigre" con infinidad de capas: el débil, el vulnerable, el fanfarrón, el carente de herramientas, el violento con las mujeres, el violento con su propia vida. Un lustrabotas y canillita que crece pero nunca abandona la psiquis de niño. La mandíbula partida por Prada, el fanatismo por Perón, las visitas a Evita enferma, la muletilla esa en tercera persona de que "para hablar con Gatica se pide audiencia".

 

Edgardo Nieva, el Gatica de Favio, se sometió a cirugías en la cara para acortar la distancia física con el ídolo y estar lo más cerca a la Historia de esa Argentina que ya no existe, del mito de la figura y leyenda en el imaginario colectivo.

 

La oposición del boxeador a la autodenominada Revolución Libertadora hizo que fuera proscrito de por vida por la Asociación Argentina de Boxeo que le quitó su licencia y lo condenó a tener que pelear de manera clandestina por el interior del país. El boxeador debió mudarse junto a su familia a una vivienda precaria, ya que sus ganancias eran muy pobres. Casi olvidado por su público, volvió a aparecer en los titulares de los diarios cuando una catastrófica inundación de su humilde casa lo llevó a perder las pocas pertenencias que le quedaban. Tuvo que subsistir gracias a la beneficencia y a la venta de muñecos para niños en los partidos de futbol.

 

Abandonó su profesión debido a la dictadura cívico-militar de Lonardi, ya que Gatica era abiertamente y profundamente partidario del peronismo. Perón y Gatica se encuentran y conocen en un ring. Perón deja una frase que queda para siempre tallada en la historia: Dos potencias se saludan.

 

"Gatica sufrió la misma suerte que el pueblo argentino", dice Favio.

 
 
 

Como dice Soriano, “Adhirió fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la misma parábola en el almanaque: levantó sus brazos en 1945 y los bajó, vencidos, en 1956. Había sido el preferido de Perón mientras brillaba. Aficionado al boxeo, el Presidente apoyó el viaje de Gatica a Estados Unidos para buscar una pelea con el campeón de los livianos.

 

Escuché alguna vez decir a alguien: “Gatica, el mono, de Leonardo Favio, es nuestro Raging Bull criada a base de mates y peronismo”.

También es nuestro Torito, de Cortázar:

 

Y la barra del ringside, toda la hinchada, y unas ganas de ganar para que vieran que… Otra que ganar, si no me salía nada, y vos sabés cómo pegaba Víctor. Ya sé, ya sé, yo le ganaba con una mano, pero a la vuelta era distinto. No tenía ánimo, che, el patrón menos todavía, qué te vas a entrenar bien si estás triste. Y bueno, yo aquí era el campeón y él me desafió, tenía derecho. No le voy a disparar, no te parece. El patrón pensaba que le podía ganar por puntos, no te abrás mucho y no te cansés de entrada, mirá que aquél te va a boxear todo el tiempo. Y claro, se me iba para todos lados, y después que yo no estaba bien, con la barra ahí y todo te juro que tenía un cansancio en el cuerpo… Como modorra, entendés, no te puedo explicar. A la mitad de la pelea la empecé a pasar mal, después no me acuerdo mucho. Mejor no acordarse, no te parece. Son cosas que para qué. Me quisiera olvidar de todo. Mejor dormirse, total aunque soñés con las peleas a veces le acertás una linda y la gozás de nuevo. Como cuando el príncipe, qué plato. Pero mejor cuando no soñás, pibe, y estás durmiendo que es un gusto y no tosés ni nada, meta dormir nomás toda la noche dale que dale.

 
 
 
 
 

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