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Cine en latinoamerica

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Cine en Latinoamérica

Según un informe de Redacción en diálogo con la Universidad Nacional de Moreno, la venta de entradas de los cines en Argentina tuvo una caída del 56% en relación a mayo de 2023 en una comparación interanual. Son muchos los factores que explican esta baja; tanto la recesión económica local como un cambio global en los modos que consumimos películas hacen al fenómeno. No sólo el cine dejó de ser un programa accesible en casi todo el mundo (el promedio mundial es de unos 10 dólares) sino que las plataformas on demand también modificaron la manera en que el espectador se relaciona con el propio contenido. Según el mismo informe, un 70% de los encuestados afirman hacer alguna otra actividad mientras ven una película.

Sin dudas esto tiene que impactar en algunas formas de sociabilidad tal como se habían configurado a lo largo del siglo XX y el comienzo del XXI. Salas, negocios y públicos de cine en Latinoamérica (1896-1960) es una novedad que Prometeo trae idónea para repensar qué es precisamente aquello que se ha modificado en el mundo contemporáneo respecto de aquel donde el cine se constituía como una experiencia cultural que ocupaba el centro de la escena. El libro -cuyos diversos artículos compilan Clara Kriger y Nicolás Poppe- piensa el lugar que ocupaba esta industria en nuestro continente desde las tres aristas mencionadas en el título.

Diana Paladino ilustra, por ejemplo, la formación y evolución de los públicos que atendían al cine en Buenos Aires; vemos que en dos años, de 1905 a 1907, el registro de salas habilitadas para funcionar como cinematógrafo pasó de una a cincuenta. No obstante lo cual, la ‘’sala de cine’’ no era el único centro donde se congregaba gente a ver una película; un lugar igual de importante lo ocupaban los bares-biógrafo, aggiornado cada uno a la idiosincrasia del barrio al cual cada uno pertenecía, donde la cantidad de intervalos se multiplicaban para que los mozos pudieran atender las mesas, cuya consumición mínima requerida variaba según el sitio. La suma de $0,15 alcanzaba para el café con el cual los espectadores podían ver toda la noche películas en el bar-biógrafo de Fassino hnos, en La Boca. La proliferación de ellos era mayor todavía en Rosario, donde los varones tenían la exclusividad de las mesas mientras que las mujeres tenían para ellas los palcos. Lejos de este glamour, la forma en que los habitantes de pueblos bonaerenses se relacionaban con la proyección de películas tenía una precariedad mayor:

Se va al cine a tomar café, a hablar de la próxima cosecha y a tratar la base para el remate de hacienda en la feria. De paso ver la proyección de una cinta mala, gastada, vieja, sin parar mayormente la atención en el mérito o el demérito de la misma.

También se proyectaba en hoteles, ya no para el trabajador sino para la familia burguesa, y en kermesses o ferias al aire libre a cuento de alguna celebración como una fecha patria, donde muchas veces los espectadores contemplaban de pie. Luego de 1907 el boom de las salas de cinematógrafo fue total; un cambio fundamental para ello fue que ya no se vendían las cintas al exhibidor sino que la distribución comenzó a funcionar con un sistema de alquiler de ellas, lo cual abarató radicalmente los costos de distribución. Otro gran cambio se asocia al nombre de Guillermo Franchini, con la inauguración del biógrafo Lavalle, un enorme galpón que con su capacidad para 1500 personas rebasaba por mucho al promedio de 350 que sostenían las demás, permitiendo además bajar el precio habitual de la entrada (unos $0,25) a $0,10. Por aquellos años el crecimiento era tal que habría de afirmarse en la revista Caras y Caretas que:

Buenos Aires está llamada a convertirse en una ciudad cinematógrafo. No pasa día sin que se inaugure uno y se empieza la construcción de otro. El público ha concedido su protección a la película, en detrimento de cualquier otro espectáculo. En vano es que se anuncie una gran compañía de ópera, con más estrellas que el firmamento, o una de género chico con media docena de súper graciosos, ¡nada! ¡El cine lo arrolla todo!

La historia se ilustra con una cantidad abrumadora de fotografías que nos traen el recuerdo de esas antiguas salas que, a medida que el público crecía y se daba sus propias normas de convivencia al interior del cinematógrafo, iban mejorando y creciendo en opulencia para ofrecer una experiencia superadora a esta masa de gente que exigía cada vez más y mejores prestaciones. Otro hito en la configuración de un público cinéfilo en nuestro país lo narra David Oubiña, quien nos trae las reflexiones de Victoria Ocampo alrededor de la proliferación de esta cultura local; una reprimenda generalizada hacia las formas arquitectónicas, el ordinario -por definición- cine argentino, que reflejaba la grosería propia de sus connacionales espectadores. Frente a ellos, Sur entiende que la tarea del intelectual es resistir frente a esa creciente cultura de masas. En ello aparece su correspondencia con Eisenstein, en pos de hacer un cine que refleje el folklore argentino sin caer en formas propias de la cultura de masas.

Pero el alcance del estudio es continental, y fuera de las fronteras de nuestro país también hay historias que ayudan a pensar cómo por estos lares el cine se conformó como industria. Las vicisitudes uruguayas por conseguir las películas, en la cantidad y calidad que el público reclamaba, son narradas por Mariana Amieva Collado. Rafael de Luna Freire trae una historización reciente que permite repensar la historia de la industria y la disciplina a nivel mundial desde América del Sur, particularmente a partir de la historiografía del cine brasilero. También Ana Rosas Mantecón nos insta a mirar el uso comunicacional que México encontró para su cine en la época de oro de los públicos, atado a una enorme industria exportadora.

Si la colección de Imagen e historia tiene el objetivo de situar en su época aquel material fílmico que consumimos, a la vez que pretende hacernos ver cómo es que la producción y circulación, bajo qué interpretaciones y recepciones, es posible según cada momento histórico, es evidente que Salas, negocios y públicos de cine en Latinoamérica (1896-1960) está llamado a ocupar un lugar central en esta reflexión. Más aún, dados los cambios que vive la industria cinematográfica a nivel global y local hoy día, es imprescindible pensarla ahora con una mirada histórica, tanto si ansiosos quisiéramos poder entrever adonde ella va, como para comprender de qué manera llegamos al lugar donde nos encontramos.

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