Rescate de una sensibilidad entre ruinas Dos novedades editoriales de Claudio Martyniuk evocan al solipsismo como motivo central.

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Rescate de una sensibilidad entre ruinas

Dos novedades editoriales de Claudio Martyniuk evocan al solipsismo como motivo central.

 

Por un azar editorial, dos libros de Claudio Martyniuk que evocan al solipsismo como motivo central, se publicaron recientemente con diferencia de unos pocos días.

Se trata de "El espíritu solipsistaFilosofía, normatividad, pedagogía" y de "Solipsismo. Memoria, soledad y melancolía". Quienes tienen la fortuna de ser ya lectores de Martyniuk saben que no cabría presentar ninguno de sus libros como escritos sobre un tópico, porque aun cuando en ellos un vocablo cada vez galvanice la escritura, lo hace como portador de una atmósfera, al operar sobre el trabajo de lectura como transformación de una sensibilidad.

Libros que se constituyen a la vez en manuales de procedimiento, testimonios de una experiencia y actos que ofrendan al lector la virtualidad de llevarlo a hacerse cargo de sus propias ruinas, para el renacimiento de una afectividad con la piel cambiada.

En estos como en otros libros de Martyniuk se cumple la condición ética de escribir. En el mencionado en primer término, se cita la Conferencia sobre ética de Ludwig Wittgenstein. Allí este autor – de fundamental gravitación en el pensamiento de Martyniuk -, dijo que un libro de ética sería aquel que destruiría todos los otros libros. Ahora bien, eso solo puede cumplirlo uno que por ser el libro que es, paradójicamente alcanzara su propia destrucción. Es lo que, estimo, el lector de estas obras encontrará, y al hacerlo, se expondrá a hacerse cargo, como dijimos, de sus propias ruinas.

Pero, veamos: solipsismo, una palabra infrecuente en el uso natural del lenguaje, aunque conocida para el avezado en lecturas filosóficas. Sin embargo, aun cuando su significado filosófico sirve a los fines de un primer acercamiento, eso mismo puede terminar en un equívoco. Pero necesitamos de ese equívoco para despejar más rápida y eficazmente el camino hacia el modo corrosivo en el que el vocablo rinde sus frutos nutricios.

Solo uno mismo… ¿Pero solo uno mismo qué?, nos preguntamos de inmediato. ¿Solo yo existo? O bien ¿solo estoy cierto de mi propia existencia? ¿Y los demás, y todas las cosas en el mundo y ese mismo mundo? Sartre escribió una vez que si el solipsismo se entiende como una tesis referida al conocimiento, es decir, si es solipsista una doctrina que dice que solo se tiene conocimiento cierto de la existencia de uno mismo y de nada ni de nadie más, una tal doctrina es irrefutable. Por lo que, seguía arguyendo Sartre, para superar al solipsismo, no hay que aceptarlo como un asunto cognoscitivo, ni siquiera inteligible; más bien se trataría, en última instancia, de volverlo informulable.

Al viejo Sartre le asistía razón, podríamos acordar, pero pecaba de ingenuidad. Dicho brutalmente, no es suficiente desbaratar un argumento sino destrozar una realidad. Por ello la eficacia de estos libros de Martyniuk es mayor, porque se toma en serio al solipsismo en un movimiento necesariamente ambivalente, que lo reconoce como repliegue o refugio para, por eso mismo, desactivarlo, hacer estallar la burbuja, romper los muros de la prisión.

Se trata de un solipsismo paradojal, que nos propone traspasar la paradoja, en vez de ignorarla o quedar atrapado en ella. En resumen, la tarea a realizar es hacer solipsismo para deshacerlo, exponiéndolo. Probablemente el asunto remonte al lector al contexto del barroco español, o al menos al recuerdo de las aulas de colegio donde se topó con La vida es sueño de Calderón de la Barca, obra en la que su personaje Segismundo, encerrado toda su vida en una torre, se pregunta si es real el mundo que ve a través de la ventana o si más bien todo es sueño.

¿No somos todos, un poco Segismundo? ¿No vivimos nuestra vida como real, ignorando que quizá es efecto de un sueño compartido? Claro que no se trata de mera fantasía literaria. Tampoco de un escollo de la razón, desvarío lógico o especulación metafísica gratuita. Lo decisivo ocurre a ras de la tierra, como asunto del aire que respiramos o nos falta hasta la asfixia. El solipsismo expuesto es una zona de sensibilidad en la que habremos de correr el riesgo de que los salones de palacio deban volverse escombros, como si solo pudiera ser real y real palacio, el palacio restaurado, sin que las huellas de la restauración desaparezcan del todo. O como enseñan de antiguo diversas tradiciones: la vasija rota es la que cuenta.

 

¿Cómo lograr este prodigio de destrucción y restauración? Con arte, sin duda, pero sin artificialidad. En las obras de Martyniuk, tanto en estas que comentamos como en muchas más, la estética es una ética; la escritura, un compromiso. Al comienzo de Solipsismo…, en un breve texto fechado julio de 2017, se dice del texto que sigue y constituye el libro, que es sencillo, precario y que contiene materiales prestados. Y exquisitamente el epígrafe de Thoreau que encabeza el volumen reza: “es difícil empezar sin pedir prestado”. Un gesto que desbarata toda infatuación fundadora. Las fuentes no fungen como apoyo bibliográfico de un supuesto saber, sino como materiales y herramientas, restos arqueológicos que se recolectan con humildad para consagrarse a la conjetura, a la suspensión del juzgar allí en la zona en la que, precisamente, toda certidumbre se volvería fatalmente trampa o desvío.

Pero en esta skepsis no se nos invita a apoltronarnos en complacencias burguesas sino en el retraimiento imprescindible para despegarse, justamente, del yo que segrega solipsismo como baba cenagosa, sin advertirlo o incluso renegando de ello. El procedimiento, podríamos decir, es recursivo: comenzar por un ejercicio de atención, una pasividad activa; aceptar los coágulos de sensibilidad que se mueven, como en una suspensión, en esa receptividad; reconstruir hasta consolidar una matriz de reconstrucciones siempre actuales, sucedidas a partir de otras tantas ruinas; recomenzar en otro nivel o en otra parte.

Finalmente dejemos ya el comentario para volver a la lectura y relectura de estos textos que también nos ofrecen su belleza de conjunto y su especial brillo en numerosos pasajes como en las líneas finales de ambos, sea que se nos remita quizá al aula donde “mientras tanto, con una melancólica lentitud, se devela, a lo lejos, la ternura de educar” (El espíritu solipsista…), o cuando leyendo o escribiendo nos deslumbra y despierta “el asombro y el eclipse”. Por eso, con un eco de cierre tractatiano luego de arrojar la escalera, se sugiere que “en los matices del silencio, en los pliegues del mundo, hemos de mirar el cielo” (Solipsismo…).