Evaluar y castigar

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Evaluar y castigar

Atardece en Buenos Aires. Esteban y Juan repasan juntes una lista de los restaurantes mejor calificados para escoger un lugar donde celebran su aniversario; Karla –en cambio– opta por quedarse en casa y pedir delivery: al recibirlo, puntúa mediante una aplicación al joven que –extenuado– le entregó el menú en la puerta de su domicilio. En el departamento contiguo, Laura finaliza un streaming donde comparte mensualmente con sus followers un ranking personal con las novedades editoriales que acaban de salir al ruedo; no muy lejos de ahí, Erica escribe una reseña destacando la cordialidad de los anfitriones de un alquiler temporal en el que se alojó durante sus vacaciones. Estas y tantas otras situaciones similares se multiplican exponencialmente en la escena social contemporánea. Como se trata de algo que hemos naturalizado, conviene decirlo: no importa el momento en que leas esto, cerca de donde te encuentres, alguien seguramente está siendo evaluado.

Así comienza Evaluar y Castigar: apuntes sobre la (des)colonialidad pedagógicaLa idea de estas palabras preeliminares es dar cuenta de que no es inocente escribir un libro hoy sobre la propia acción de evaluar, siendo que nos inscribimos hoy en un tiempo histórico donde todos tenemos la potestad y el imperativo de hacerlo. Y ese imperativo es rastreado como raíz de la pulsión contemporánea de buscar si hay rentabilidad en cualquier área de la vida humana que se piense. Aquel lugar que Descartes reservaba en el comienzo de la modernidad para el buen sentido pareciera haber sido tomada hoy por la compulsión evaluativa: es la cosa mejor repartida del mundo, todos tenemos algo para decir, opinar y un juicio de valor por hacer para con cada evento que cae bajo nuestra percepción.

 
 

Hay algunas notas que Facundo Giuliano da de este ethos contemporáneo, de las cuales podríamos reponer sólo algunas. Este (1) involucra un lenguaje a la medida de lo calculable, (2) que implica una matematización homogeneizante. Hay también (3) evaluación antes del contrato (podemos pensar que las reseñas del restaurant o del muchacho que llega con el caballo cansado a dejarnos la comida funcionan para garantizar que el próximo usuario disponga de esta facultad), además de juzgar luego si nos gustó o no el servicio. Por lo dicho, (4) la evaluación se realiza en nombre del bien común.

Esa lógica, huelga decir, no sólo moldea nuestra sociedad toda; también la escuela, como ámbito primero (en ambos sentidos) de evaluación, se ve inmiscuida en este marco. Por eso Giuliano trae a colación a Horacio González, al desarrollo en tándem que hacen Foucault y Deleuze del devenir de la sociedad, de disciplinaria en una de control.

Alicia Tomé es autora de otro título que nos ayuda a pensar la educación hoy, focalizando en algunos individuos particulares, cuya valoración los condiciona, también de forma particular, a recibir un destino. El libro Una escuela para Muna tiene por eso un horizonte práctico. Se espera que con él no sólo podamos pensar, sino re-evaluar las prácticas de aprendizaje alrededor de quienes acceden a la escuela desde la marginalidad o quienes son discapacitados. Por eso su segunda parte, una vez presentada la configuración subjetiva para sujetos marginalizados, se encarga de detallar qué es la inclusión, como efectuarla: Poner en cuestión el modelo actual en discusión implica que cada actor del sistema educativo pueda repensar sus funciones y sus prácticas. Tal como plantee anteriormente, considero que la enseñanza pública  no es sólo responsabilidad del Estado. Si bien entiendo que es el garante principal, lo cierto es que la docencia también es responsable fundamental de la enseñanza de niños, niñas y adolescentes. Y apunta por tanto a repensar la práctica docente; ¿qué lugar se le da a los contenidos curriculares ministeriales? ¿qué lugar se le da a lo grupal, cual a la singularidad? ¿cómo articulamos los procesos en función del tiempo?

Hablar de educación es hablar de quienes somos y de quienes querríamos ser, como cuerpo social. De lo que tenemos y lo que creemos merecer. Además de un lugar común, es lógico pensar que las directrices que se tomen en este área tendrán en el nosotros futuro una influencia decisiva. Leer obras que la situen históricamente, que permitan entender la manera de ser de un pueblo que traslada su sentido común al aula, así como también pensar, desde la escuela, en la marginalidad, puede ayudar a construir soluciones a problemas, tanto los que la escolaridad pública quería resolver, como también a los propios, en el estadío actual de su tarea.  

 
 

The conversation (1974) / de Francis Ford Coppola

¿Alguna vez consideraron la posibilidad de que todo lo que ya se dijo en este mundo pueda seguir resonando en algún lugar, tal vez adentro de una piedra, un tronco de un árbol o en el fondo del mar? Aunque cada vez sean más débiles, los sonidos nunca van a desaparecer completamente. Algún día, tal vez, haya un equipo lo suficientemente sensible como para recuperar y registrar la historia oral de la humanidad.

 

El 29 de abril de 1974, el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon anunciaba a todo el país en un mensaje televisivo  que reconocía la responsabilidad de su gobierno en el escándalo Watergate, un caso de espionaje político del que él era cómplice y que se convirtió en un acontecimiento de repercusión mundial. Y del que todavía hoy se escuchan sus ecos. La invasión a la privacidad había llegado para quedarse y se volvía una discusión pública. Comenzaba la era de la paranoia.

Esa es la idea detrás de la película de Francis Ford Coppola, La conversación. Harry Caul (Gene Hackman) es un espía profesional, preeminente en su campo, especialista en vigilancia. El sonido es su universo. Un empresario lo contrata contratado para investigar a su esposa, que mantiene una relación con uno de sus empleados. La misión resulta a primera vista inexplicable, ya que la pareja no ofrece ningún sobresalto, nada llamativo. Sin embargo, cuando Harry da por finalizado su trabajo, advierte que algo extraño se oculta tras la banalidad del caso, ya que su cliente se niega a identificarse, utilizando siempre intermediarios. Cuando Harry no está escuchando e indagando en conversaciones ajenas, regresa a su oscuro departamento de San Francisco, protegido por cuatro cerraduras en la puerta principal, y por un sistema de alarma antirrobo, para relajarse tocando jazz en su saxo. Harry desconfía de todo y de todos. Llueva o haya sol, siempre lleva uno de esos impermeables de plástico transparente, como para protegerse profilácticamente de la sociedad. Una paranoia galopante empieza a acechar, lentamente, dentro de esas cuatro paredes. Si te dedicas a espiar a otras personas, es difícil creer que otras personas no te estén espiando a vos. También le preocupa que su escucha pueda poner en peligro las vidas de los dos jóvenes cuyas conversaciones ha grabado durante la hora del almuerzo. Caul empieza a obsesionarse con la conversación, buscando los detalles, las palabras escondidas, los encuentros programados, deduciendo los pasos que guiarán a un supuesto asesinato. Esa será su tragedia: el espía y el voyeur, sintetizados en un mismo cuerpo, pasa a ser perseguido y vigilado.

Coppola y su editor, diseñador de sonido y amigo de toda la vida, Walter Murch, eran unos nerds del sonido que se propusieron originalmente hacer una película sobre un tipo como ellos, alguien que lee revistas de la industria, asiste a conferencias tecnológicas para obsesivos del tema. Una vez que empezaron a idear un punto de entrada cinematográfico para un personaje solitario como este y empezaron a ordenar sus ideas sobre cuáles son sus responsabilidades y culpabilidades ante un estado de vigilancia más amplio dentro de la historia del voyeurismo en las películas (detectives negros, películas de espionaje, Blow Up -una gran referencia nombrada por Coppola-), terminaron con un estudio sociológico y político que a la vez es un thriller que crece y crece, paranoicamente.

El sonido como una pieza que se amasa, se moldea, y que finalmente se convierte en una artesanía: el diseño sonoro de la película captura perfectamente la contradicción de tratar de mantener una distancia técnica y profesional dentro de un oficio que requiere no solo perforar de manera poco ética sino destruir las ilusiones de privacidad e intimidad.

Esta película no solo resiste al paso del tiempo sino que hasta incluso se reinventa en nuevos sentidos: las herramientas de vigilancia de este mundo se volvieron cada vez más avanzadas y específicas. Cámaras de seguridad, teléfonos intervenidos, hackeados, algoritmos que saben lo que buscamos, mapas que saben a dónde vamos, publicidades que saben lo que queremos, inteligencias que inventan lo que no existe. No sabemos bien qué es la verdad, ni si existe, pero la infinidad de herramientas para operar y controlar la vida hacen que cada día la realidad se vuelva un espacio más difuso, con menos sostén. Cada día que pasa, un poco más cerca de la ficción.

 

"No te estoy siguiendo, te estoy buscando."