Mussolini también hizo cosas buenas

Hace unos días, a fines del último enero, desde lugares dispersos por todo el mundo se extendió un debate acerca de la interpretación correcta del gesto hecho por Elon Musk. El presidente de Argentina dijo NAZIS LAS PELOTAS, para expresar que de ningún modo había que entenderlo como un saludo de esta índole. Parece difícil esquivar, más allá de ese episodio, el hecho de que, como se dice a veces en redes, ya no da vergüenza, miedo o pudor ser fascista. El título de este newsletter viene dado por el de un libro que Prometeo editó el año pasado; Mussolini también hizo cosas buenas… las idioteces que siguen circulando sobre el fascismo porque Francesco Filippi, su histriónico autor, entiende que estos mitos no sólo deben todavía ser desarticulados, sino tal vez hoy más que nunca. 

 

Filippi se encarga de desmontar las fake news de la historia, que implican un peligro mayor que aquellas que son propiamente novedades: mientras estas últimas forman opinión, las tergiversaciones de la historia envenenan el inmenso campo de las experiencias, los valores y las emociones sobre las cuales se construye el imaginario del pasado (…). Pareciera muy significativo, en ese sentido, que una de las figuras sobre las cuales se cuentan más patrañas sea Benito Mussolini (…). Difundir miradas positivas sobre quien fue el mayor asesino de los italianos de la historia no sirve para hacer historiografía (…) sin embargo, sirve y hasta es utilísimo para crear emociones.

 

Ese sentimiento es rastreado en el libro, cuyo tono no teme discutirle directamente al habla coloquial, en el sintagma: ¡Ah, cuando estaba él!

 

Los mitos sobre el duce son muchos y vindican una acción positiva sobre diversas áreas. Una por una Filippi se encarga de mostrar que ellos, cuando no lisa y llanamente erróneos, son exageraciones tendenciosas. La jubilación, el aguinaldo, la recuperación de tierras para la agricultura o la política habitacional, su economía y su respecto a la legalidad; cuanta reivindicación aparezca el autor se encarga de deconstruir el enunciado para contrastarlo con los hechos y ver si es cierto que en efecto Mussolini haya hecho esas bondades. Pero este rigor histórico es articulado en un discurso que está lejos de ser académico. Formalmente, el libro tiene en claro que, si quiere combatir a su enemigo, la prosa tiene que poder acercarse a esos estallidos de rabia que hacen a la retórica fascista. El tono es sobre todo polémico. Carlo Greppi, en su prólogo al libro, lo describe como ágil, a veces burlón con razón. Si tiene que decir que la versión histórica de que Mussolini defendía la justicia es un cuento de hadas lo hace, así como también ironiza respecto del mito de un duce feminista: hay que decir que en esto el fascismo logró establecer un régimen de paridad: el voto administrativo fue quitado también a los hombres. 

 

Nos guste o no, hemos vuelto a un mundo donde los libros que impugnan el fascismo se celebran como novedad editorial. Más todavía si quien escribe lo hace con ánimo de ilustrar, mediante un correcto análisis de la historia, pero con una tónica que no permita confundir, durante un segundo, el objetivo: es el gran público, ese que podría decir o tolerar escuchar con el duce me hice la casa, al cual hay que persuadir. Si los argumentos son en su materialidad útiles al caso italiano, la forma y el estilo del libro puede ser útil para escritores y polemistas de todas las latitudes. Como veíamos para el caso de la hegemonía menemista, así como para las nuevas reivindicaciones que se hacen de la última dictadura cívico-militar argentina, el pasado no va a dejar de molestarnos, y no hay canon que pueda armarse de forma tal que nunca más precise ser defendido. Sea bienvenido en esta lucha Mussolini también hizo cosas buenas.