Hegemonía menemista

Newsletter semanal

Atentado a la AMIA, 18 de julio de 1994.

¡Queridxs lectores!

 

La hegemonía menemista

“Aunque les duela, fue el mejor presidente de la historia’’ es como nos presentó el actual al busto de Carlos Saul Menem en casa rosada. Uno podría preguntarse múltiples cosas a partir de semejante declaración, como la relación posible (que uno esperaría oximorónica) entre un mejor-presidente y el dolor, o en todo caso acerca del objeto indirecto al que denota ese les, que tal vez nos explique quien se ve compelido por esta afirmación. “Menem recibió una catástrofe hiperinflacionaria y entregó a sus sucesores un país ordenado, estable y con un PBI per cápita 60% más alto que en el 89’’ es la razón que da Milei para calificarlo como el mejor gobierno; razones parecidas a las que lo hacen reivindicar a aquel país de hace 100 años como una potencia a la cual se quiere regresar. ¿Puede decirnos algo la revisita del menemato para entender el país que quiere construir hoy el poder ejecutivo, hay pistas del rumbo en este pasado reciente cuya lectura -consensuada, en mayor o menor medida- hoy se ve subvertida?

Resulta difícil no creer que sí siguiendo Hegemonía Menemista, de Alberto Bonnet. Enfocado como un neoconservadurismo, el menemismo es tratado como una hegemonía bajo la cual se transformaron la sociedad, la economía, la ideología y las políticas que darían lugar al capitalismo que habitamos hoy día en nuestro país. La violencia dineraria ejercida en 1989/90 habría funcionado como mecanismo coercitivo que sentó las condiciones de posibilidad de aquella hegemonía, que se articuló alrededor de la disciplina impuesta por la convertibilidad desde 1991. Bonnet también atiende a la dimensión discursiva de Menem; reconoce una facultad retórica capaz de esquivar la pretensión de coherencia por parte de un interlocutor cualquiera. A raíz de aquella declaración del 93, según la cual si hubiera dicho lo que iba a hacer, no lo hubieran votado, nuestro autor reconoce un distanciamiento cínico a nivel lingüístico:

‘’Menem y sus funcionarios solían confesar cínicamente en público sus propios pecados, minando así la pretensión de verdad de sus propios discursos. Barrionuevo, ex director de PAMI y senador, respondía a la pregunta de un periodista de Radio Mar del Plata acerca de si había forjado su fortuna personal como trabajador gastronómico, a fines de 1990, en los siguientes términos: ‘’No, no la hice trabajando, porque es muy difícil hacer la plata trabajando’’. Y a continuación se explayaba sobre los negociados con estudios jurídicos y contables que realizaba desde la conducción del sindicato gastronómico. Vázquez, candidato a juez de la Suprema Corte cuestionado por sus vinculaciones con Menem, declaraba en noviembre de 1995 que efectivamente era su amigo y que era lógico que el presidente pusiera a un amigo suyo en la corte. Menem confirmaría días después que ‘’en Estados Unidos, casi todos los miembros de la Suprema Corte son amigos del presidente’’ (...) Menem y sus funcionarios, asimismo, preferían disparates con una regularidad suficiente como para hacer su propio bushism autóctono. Estos disparates eran acompañados normalmente por demostraciones de de la capacidad de reírse de los mismos por parte de quienes los habían proferido, minando así, no sólo la pretensión de verdad, sino propia pretensión de sentido de sus discursos’’

En este juego de repeticiones y continuidades con esa ya lejana década del noventa, no nos parece un detalle menor haber editado un pilar del pensamiento de esa razón neoliberal (o neoconservadora, que a decir de Bonnet vienen a ser sinónimos): Estados del agravio, de Wendy Brown. Si el libro de Bonnet puede ayudarnos a entender el marco político local que se hizo posible con una determinada forma de ser de los individuos, el de Brown abre la posibilidad de comprender cómo se da esa subjetivación en la posmodernidad.

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Esquirlas (2020) / Natalia Garayalde

El 3 de noviembre de 1995, la Fábrica Militar de Río Tercero explotó en Córdoba, provocando el lanzamiento de miles de proyectiles que se esparcieron por los pueblos aledaños, en una tragedia que dejó siete muertos y centenares de heridos y afectados. En ese momento, Natalia Garayalde era una niña de doce años que vivía con su familia cerca del lugar. Mientras jugaba filmando con la cámara de video que le había comprado su padre, ella grabó los momentos inmediatos de la explosión: el registro de la destrucción, su familia escapando de las explosiones, las actividades diarias del pueblo en los días y semanas siguientes. Veinticinco años después, ese material captado de la mirada cándida y sorprendida de una niña se convierte en un testimonio reflexivo y doloroso sobre la familia, la destrucción de una ciudad, las huellas del horror y la siniestra verdad del caso.

Una esquirla, una astilla, un fragmento. “Las imágenes sobreviven a los cuerpos”, dice Natalia Garayalde sobre el final de su película con pedazos rescatados de cuerpos ausentes. Cuerpos e imágenes, un barrio, hechos y gente protagonizan esta historia. “En el barrio había una plaza, una escuela, una comisaría, una fábrica. Nuestra casa estaba a 300 metros de la fábrica”. La Fábrica Militar provocó una lluvia de proyectiles sobre la zona que generó siete muertos, cientos de heridos, pérdidas millonarias y un trauma colectivo que perdura hasta la actualidad. En las imágenes, la gente corre para todos lados, una señora con un bebé en brazos, explosiones, un proyectil sin explotar sobre la vereda, una columna de humo al fondo. Los proyectiles contenían fósforo blanco y el fósforo blanco puede generar daños irreparables, que afloran tiempo más tarde en los afectados por la radiación.

El acompañante del padre de Natalia en el auto filma el frente, Natalia las secuelas. Ella y su hermano menor ponen en escena una versión inocente de la tragedia, atravesada por chistes, risas, un juego: juegan a ser periodistas.

El día siguiente el diario El país escribió “Las calles de la ciudad argentina, desolada, quedaron cubiertas con toneladas de escombros, cientos de grandes proyectiles y carcasas incrustados en el asfalto o dentro de las viviendas. Vainas de diferente calibre aparecían humeantes, y grupos de soldados y policías cargaban en camionetas obuses de un metro. Esquirlas como ladrillos atravesaron paredes. La onda expansiva resquebrajó viviendas, arrancó techos, calcinó vehículos y provocó daños materiales en diez kilómetros a la redonda.”

La versión oficial habla de “un desafortunado accidente”, y le echa la culpa de todo a un operario, a quien se despide. El curso de la investigación, más periodística que jurídica, dio por resultado que las armas fabricadas allí se exportaban clandestinamente a Croacia, para ser usadas en la Guerra de los Balcanes. Dos condenados, los coroneles Cornejo Torino y González de la Vega, aceptaron que la explosión no pudo haber sido accidental. El primero sostuvo que se había tratado de un sabotaje o una grave negligencia, motivado en una protesta sindical, y el segundo sostuvo lisa y llanamente que había sido una operación para encubrir el contrabando de armas, un atentado planificado para borrar las huellas de la operación. La justicia, muchos años más tarde, procesó a Carlos Menem, colocándolo como cerebro de la operación, pero finalmente esta se suspendió. Fue el único responsable a quien jamás se juzgó.

 
 

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