¿Funcionamos o existimos? / Utopías digitales

Queridxs lectores!

 

¿Funcionamos o existimos?

Miguel Benasayag evidentemente ya no cree que el desarrollo técnico lleve en y por sí mismo a un progreso en términos históricos. Antes bien, las nuevas tecnologías le parece que alienan cada vez más al hombre mediante sus circunstancias. Tampoco sería justo llamarle pesimista, pues no hay ninguna deducción del tipo, nada que se parezca a un vaticinio de que todo tiempo pasado fue mejor; se trata tan sólo de una descripción de hecho, un vistazo al mundo que habitamos en donde se descubre que La singularidad de lo vivo se ve cada vez más constreñida a comportarse y equipararse como una máquina.

¿Funcionamos o existimos? es la pregunta que lleva por título el libro en el cual, dada esta preocupación, Benasayag se encarga de mostrar lo que llama la colonización algorítmica. Es decir, cómo una determinada forma de comprender la vida, derivada de la hibridación con la técnica a la cual la humanidad se ve hoy sometida y la modularización que esto conlleva a la hora de pensar nuestra subjetivación. Es por tratar la propia mente en términos modulares que llegamos a pensar nuestro ser según su funcionalidad; los mismos obligan a que el flujo de información con el cual se relacionan tenga que optimizarse y ser todo lo poco viscoso que sea posible. Esa ligereza en la comunicación se pierde en la medida que aumenta toda forma de territorialización. Los ancianos, por ello, son ahora viejos para el mundo que exige funciones en el consumo que exceden por mucho el ritmo de aprendizaje que necesita el sistema articulado completo de cada quien, contrario al caso de los jóvenes, del todo moldeables según lo que se precisa en cada caso de ellos. En última instancia, plantea Miguel, todo lo humano acaba por ser ruido para este sistema.

El libro ordena alrededor de este núcleo una imagen repleta de elementos distintos sobre el mundo que nos rodea; un amargo trago de realidad tras el cual se escucha una arenga constante a seguir existiendo frente al imperativo de funcionalidad que nos acucia. En esto se parece a una de las novedades de este mes: Utopías digitales, de Ekaitz Cancela. Una colección de ensayos que también orbitan una misma idea-fuerza, a saber, que el capitalismo, tan virtuoso hoy en su manejo de los módulos que nos atribuye a las personas que operamos en él como fuerzas productivas, puede ser superado con una reprogramación de la misma tecnología que hoy autonomiza y encierra a la humanidad. El diagnóstico del autor es que el actual estado de cosas nos ha convertido en un Homo Davos:

 

La hegemonía cultural en la que nos hallamos insertos ha anulado nuestra ansia revolucionaria con palabrería barata sobre la supuesta resiliencia del ser humano para sobrevivir a la pauperización permanente de sus condiciones de vida. Mediante mecanismos para fomentar la adicción a las aplicaciones de Silicon Valley, estas empresas han convertido los anhelos de trascendencia al capitalismo tardío en llamativas interfaces que reproducen los delirios industriales y financieros: nos han convertido en personas ignorantes a través de cantidades nunca vistas de propaganda y noticias falsas solamente para explotarnos y vigilarnos mejor en la fábrica digital. Casi de manera inconsciente pulsamos botones en pantallas inteligentes que anulan toda agencia creativa para hacernos pagar por servicios que ocupan cada esfera de nuestra existencia (...) La vida humana se ha reducido a un intercambio de dinero por experiencias genuinas (...) Esta ficción sobre nuestra existencia se sostiene únicamente gracias a los que podría denominarse Homo Davos. de acuerdo a este paradigma, todos seríamos emprendedores creativos que encuentran soluciones a sus problemas a través de las únicas instituciones posibles en la modernidad capitalista: el mercado y el Estado, este último guiado siempre por dinámicas tecnocráticas.

 

Ambos libros tienen la virtud de no sólo hacer un diagnóstico sagaz de nuestra vida dado el actual modo de distribuir la información que nos impone una vida alienada, sino que tienen también la potencia de dar una respuesta positiva a la crisis en nuestra subjetividad que esto nos propone; una salida al mundo tal como nos es dado.

El colapso (2019) / de Bernard, Desjardins y Ughetto

¿Qué pasaría si el terrible “colapso” general de nuestra civilización, el colapso del que todo el mundo habla ahora, de verdad ocurriera en un futuro cercano? La serie retrata distintos escenarios donde personas y familias, en diferentes momentos del colapso, intentan sobrevivir lo mejor que pueden en un mundo que ya no funciona bien, entre falta de recursos (energía, alimentos, combustible), disturbios, pánico e inseguridad.

Esta corta serie tiene una atmósfera densa como Black Mirror. Pero no se trata de las consecuencias del desarrollo tecnológico. Al menos no directamente. Sino del colapso del orden social, de la supervivencia de las personas mientras todo lo que las rodea ya no existe.

A partir del Día J, se produce un repentino colapso global en el que se corta el suministro de alimentos, energía y otros insumos. La serie aborda en cada capítulo situaciones angustiosas que surgen de ese suceso cuya naturaleza ignoramos, ubicándonos en diferentes espacios y ante distintos personajes, pero siempre respetando el mismo tiempo. Transmite, sin dar vueltas, lo duro de ese literal "sálvese quien pueda" que se vuelve desgarrador por momentos. Pero no lo hace de cualquier forma: cada uno de sus nerviosos capítulos dura sólo unos 20 minutos y está rodado en tiempo real con la cámara en mano y en un único plano secuencia.
La serie no cae en el nihilismo maniqueo habitual de las distopías apocalípticas porque, si bien en cada capítulo aparecen miserias humanas, fruto de la desesperación por la supervivencia, tampoco faltan los gestos de solidaridad y colaboración. Las situaciones que se abordan son individuales o colectivas, a menudo dilemáticas, con localizaciones muy diferentes, personajes diferentes (con muy pocas excepciones y pocos vínculos entre ellos) y con fuertes notas sociales y de clase, pero sin caer en el cliché.

Lo que damos por sentado todos los días en nuestras sociedades civilizadas, el flujo de bienes y servicios, la civilidad de las personas mismas, depende de una gran interdependencia y abundancia de recursos. Nuestra economía global actúa con la noción de que debemos crecer y expandirnos infinitamente, comprar más, consumir más y explotar los recursos, las personas y el mundo en el proceso. Creemos que esto nunca va a cambiar. En realidad, no pensamos en eso en absoluto. Seguimos con los roles que el sistema nos asignó en nuestra vida cotidiana.
La verdad es que todo pende de un hilo fino. Todo puede cambiar muy fácil y rápidamente. Vimos la precuela en los primeros días de la pandemia, cuando los supermercados se quedaron sin productos y la gente se peleaba por los últimos sachets de leche o rollos de papel higiénico.
Filmada en 2019, esta distopía dirigida por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto (protagonista de uno de los episodios más terroríficos) es profética en algunos aspectos de la pandemia mundial del COVID y sin duda relacionada con los modos de producción capitalistas imperantes.

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