Arte y estética: la literatura alemana

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Arte y estética: la literatura alemana

El Sturm und Drang es un drama y un movimiento. El primero se enmarca en el segundo; escrita por F. M. Klinger, esta obra toma el nombre que usó en Alemania un grupo de jóvenes artistas, escritores en su inmensa mayoría, que querían darle a su nación la literatura que, alegaban, le faltaba y merecía por aquel entonces. Su espíritu fue por sobre todo francófobo; desdeñaban la tradición poética racionalista y la unidad de acción, tiempo y espacio aristotélicas.


Tal vez sea por ello, en parte, que tampoco el Sturm un Drang como movimiento tampoco puede delimitarse con claridad. No había un espacio que los reuniera, ni nombres que participaran inequívocamente de él, así como tampoco un programa los guiara. Lo más parecido a uno era la idea del genio. Es a partir de esa figura, y con el horizonte último de crear una literatura nacional, que el Sturm und Drang escribe. Burello dice, en su introducción a Sturm und Drang: un drama que esta situación sólo puede entenderse a la luz del ascenso social y la paulatina toma del poder por parte de la burguesía. La idea del genio, la autonomía del arte, una predilección por el esoterismo, todo ello se entiende como la contracara de haber creado un mercado literario. El genio es, más allá de toda ponderación metafísica, una máquina de hacer dinero. Goethe mismo lo demostró en el mismo siglo XIX, cuando Werther rompió la taquilla. Ya en el siglo XX, en áreas tan diversas como el cine, la música o la pintura, esta tendencia no hizo más que crecer. Ellos mismos fueron exitosos en su tarea: no sólo la literatura alemana hoy existe sin dudas y los incluye a muchos de esos entusiastas jóvenes en ella, sino que también incrementaron de un 5% en el siglo XVII a un 20% el total de literatura vendida dentro del mundo del libro.

Dice también Burello en el prólogo que si hubiera de señalar la obra que cristaliza el precario programa del Sturm und Drang, elegiría una pieza de Goethe, llamada, acaso no por casualidad, Prometeo (1774). En ella el poeta recrimina a Zeus no responder por la vida de su creatura. No pagar favores, ni ayudar en la adversidad. Desde el comienzo mismo valió como poema programático del Sturm und Drang y como testimonio poético de la emancipación de la conciencia burguesa. En el titán que brinda el fuego a los hombres, a expensas de lo indicado por la divinidad, Goethe vio al prototipo del creador y del hombre libre.

 

¿Quién me ayudó

contra la arrogancia del titán?

¿Quién me salvó de la muerte?

¿De la esclavitud?

¿No completaste todo tú mismo,

santo corazón resplandeciente?

Es en este contexto intelectual, o más bien, en la eclosión del mismo, que Christian Dietrich Grabbe (1801-1836) escribe él sus propias obras de teatro. Broma, sátira, ironía y sentido profundo fue publicada por nuestra editorial, también seleccionada y prologada por Burello. La mayor pregunta que se hace en dicha introducción viene a ser: ¿Cómo pudo pasar tan desapercibido, tanto tiempo, un autor tan genial?

Se encuentran algunas respuestas para ello, aunque ninguna termine de justificar tan magna omisión. Son variopintas; van desde los alegatos contra su carácter y persona, por embustero y polemista sin motivo, al parecer, además de aquellas que señalan la repugnancia de su propio cuerpo:

 

nada se conjugaba en ese cuerpo. Fino y endeble, con los pies y las manos tan pequeños que parecían atrofiados, se movía con gestos toscos, angulosos, burdos. Los brazos no sabían que hacían las manos. El torso no dejaba de contrariar a los pies. Estos contrastes culminaban en su cara. La frente, alta, ovalada, redonda, como solamente he visto tan magnífica en el retrato --por cierto, totalmente ahistórico-- de Shakespeare.

 

No va a ser la única comparación que reciba con el gran bardo inglés. El propio Heine dirá que era, de entre ellos los alemanes, quien mayor afinidad tenía con aquel, y que, así como Platón denominó a Diógenes un Sócrates loco, por lástima y con doble razón se podría llamar a nuestro grabbe un Shakespeare borracho.

Grabbe es además un poeta maldito. No sólo el vicio que hace a la brevedad de su vida nos lo señala; es un hombre del umbral, parado entre un tiempo histórico y otro, habitante partido de una crisis. Su vida es breve y su obra potente como un rayo; es un instante, con toda la intensidad que puede esperarse de quien fuera heredero de ese también fulgurante y escaso Sturm und Drang que moldeó la literatura alemana (Grabbe pertenece ya a una generación de escritores que deben arreglárselas para vivir del mercado literario). En ese relampagueo, Broma, sátira, ironía y sentido profundo representa un profundo instante de iluminación. Dice su propio autor sobre ella que si el lector no reconoce que la presente comedia se basa en una rigurosa visión del mundo, ella no merece su aplauso. Resulta hoy difícil pensar que tal rigurosidad haya pasado desapercibida. Doscientos años después, Grabbe se traduce y es editado con la misma intensidad que él vivió.

 
 

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