Utopias digitales: imaginar el fin del capitalismo

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Utopías digitales

Imaginar el fin del capitalismo

 
 
 

Ekaitz Cancela no ha sido derrotado. Contra un aparato mediático, social y político que arrastra a los cuerpos al agotamiento, que afirma no hay salida al colapso o al detrimento de las relaciones sociales, él ofrece un alegato entusiasta, racional y radical en favor de nuestras energías creativas, en la actualidad atrapadas bajo la irracionalidad del capitalismo. Su libro Utopías digitales: imaginar el fin del capitalismo nos presenta el actual panorama de las relaciones sociales de producción, que orbita alrededor de cuatro grandes compañías Google, Microsoft, Meta (antes Facebook) y Amazon, dueñas del stack o capa de base que permite la existencia –lejos de un feudalismo aggiornado– del capitalismo digital.

 
 
 

El capitalismo fue condición de posibilidad del monopolio de estas empresas. El cableado submarino que permite la comunicación vía internet está montado, dice Ekaitz, sobre el esqueleto de las redes telegráficas montadas fundamentalmente por el imperio británico para hacer más eficaz su acción colonial sobre la periferia. Pero, a su vez, este cableado ha permitido –sobre todo tras la crisis de las subprime en 2008– que el capitalismo transicione hacia su nueva fase, esta digital, donde se actualiza el ideal virtual de Hayek y la utopía de Silicon Valley: hacer de cada área de la vida humana un mercado, que no se presente la persona más que como anuncio, y que no incorpore información más que como consumidor.

 

En Utopías digitales encontramos varios ejemplos de posesión oligopólica de tecnologías que hacen a este capitalismo digital tan desigual y tan difícil de combatir. Los centros de datos, lugares a donde va la información de cómo nos movemos en internet, que consumimos, donde nos detenemos menos o más, dispersos por todo el mundo, son señalados como las nuevas bases militares del capitalismo del siglo XXI. Las redes sociales aparecen como el vector nodal de este proyecto de Silicon Valley, siendo ellas las que hacen de la vida toda un mercado. La nube, esa entelequia en la cual confiamos al punto de que ya rara vez guardemos en nuestra casa una foto que sacamos, así como la inteligencia artificial, es una máquina gigantesca que implica necesariamente automatizar el calentamiento global

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Buenos días, trabajadores. La dirección de la empresa les desea un buen trabajo. Por su propio bien, traten con cariño a la máquina que les ha sido confiada. Presten atención a su mantenimiento. Las medidas de seguridad sugeridas por la empresa garantizan su seguridad. Su salud depende de su relación con la máquina. Respeten sus necesidades y recuerden que una máquina más atención equivale a producción. Buen trabajo.

 

Si me dijeran que "La clase trabajadora va al cielo" es un documental, les creería. Un obrero de una fábrica en Italia a fines de los 70s. Pierde un dedo por culpa de la máquina en la que trabaja. Se engancha el dedo, sangra y se corta un dedo por llegar al “mejor” rendimiento que proponen sus jefes. Más producción en menos tiempo. Cada semana un poco más rápido, cada día un poco más rápido.

Los estudiantes protestan por los derechos de los trabajadores, la explotación de los trabajadores de las fábricas aumenta tanto en frecuencia como en intensidad, los sindicatos experimentan grandes avances en participación y poder que resultaron en complicadas victorias políticas.

 
 
 

La metáfora de la castración. Lulú Massa se obsesiona con el rendimiento, se opone a la huelga general de sus compañeros. Pareciera ser la efectividad y la productividad laboral lo que lo motoriza a seguir. Seguir, seguir, seguir. Con sudor, con lastimaduras. Tiene una relación enfermiza con su trabajo; se enorgullece de su super-capacidad, pero sus sobreesfuerzos claramente le pasan factura. Seguir, seguir, seguir, hasta que el cuerpo se desmorona. Su adicción al trabajo hace que sus jefes lo tomen como referencia, construyendo un ambiente competitivo entre los demás trabajadores: se atacan entre sí desde sus frustraciones, volviéndose el conflicto individualista y no colectivo. El capitalismo genera eso: culpabiliza y responsabiliza a los individuos como generadores del problema y no a sí mismo. Ha pasado siempre. Las corporaciones haciendonos creer que somos nosotros quienes generamos las contaminaciones del mundo, cuando las compañías inmensas son las que lo hacen. Haciéndonos creer que todo derecho humano es un mérito y no un derecho, que hay que ganarselo.

 

El protagonista, a su vez, tiene una relación violenta con su esposa, ya que ella se queja de que ya nunca tienen sexo, de que él siempre está demasiado cansado después del trabajo. El protagonista pierde un dedo y todo cambia. En una entrevista con un psicólogo para determinar si está listo para volver al trabajo, este dice en voz baja: "Entonces podríamos decir... te sientes castrado sin ese dedo".

 

Hay una escena extraña a mitad de la película en la que Volonté tiene sexo con una chica virginal (cuyo consentimiento quizás no sea tan completo como debería), y aunque parece correrse, a la chica solo le causa dolor. El encuentro sexual es extremadamente unilateral. La idea aquí es bastante clara: la fábrica está castrando a sus trabajadores, está matando su deseo sexual y arruinando sus vidas sexuales y románticas. (No es por darme demasiadas palmaditas en la espalda, pero fue un poco raro ver esta película porque teorizo ​​precisamente sobre este punto en mi ensayo sobre el giallo).

 

Las fábricas explotan a sus trabajadores. Los manifestantes estudiaintiles gritan a los trabajadores con megáfonos, diciéndoles que son solo peones del sistema y que deberían alzarse y resistir su opresión, pero los trabajadores solo intentan ir a trabajar. Es cómico, casi farsa, cómo los estudiantes gritan al oído de los trabajadores indiferentes, lo que pone de manifiesto cómo los manifestantes se sienten más una fuerza opresora para los trabajadores que para sus propios jefes, y cómo los manifestantes prefieren gritarles a los trabajadores victimizados que a los propios jefes explotadores.

 
 
 

El protagonista intenta contarles a sus compañeros un sueño que tuvo, entre el bullicio de la fábrica, sobre derribar un muro y entrar en el paraíso. De ahí el título de la película. Este sueño parece ser la raíz de los deseos de los trabajadores, su fantasía política, el resultado que esperaban con su huelga. Pero si este nuevo mundo que crearon es el Cielo, entonces necesitan encontrar una nueva religión. Una crítica a la idea de que estos pequeños granos de arena, estos pequeños movimientos carecen de sentido o mueven poco el amperímetro. Pesimismo implacable. No sé si hay que creer en eso. Entiendo la frustración que lo sustenta; siento la misma decepción en nuestra propia esfera política.

Quizás Petri tenga razón: quizá hasta que abolamos el sistema capitalista, siempre habrá explotación. Porque si esto es el Cielo, creo que prefiero el Infierno.

 
 
 
 
 

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